Che Guevara: desmitificación de un mesías

Publicado  lunes, 3 de mayo de 2010

El nombre de Ernesto Guevara, más conocido como el Che Guevara o simplemente el Che, continúa desatando pasiones encontradas más de cuatro décadas después de su muerte. El guerrillero más famoso de todos los tiempos es para unos un heroico ejemplo de compromiso social y para otros un mercenario asesino. De lo que no cabe duda es que su figura está ligada a la izquierda anticapitalista, por lo que no deja de resultar paradójico que su estampa se haya convertido en un negocio que genera multimillonarios ingresos cada año. La conocida instantánea que Alberto Korda tomó del Che se ha reproducido (y se reproduce) hasta la saciedad a lo largo y ancho del planeta, decorando camisetas, banderas, pins, tazas y toda suerte de artículos imaginables.

Sin embargo, aún hoy, muy pocos conocen realmente cómo era el hombre detrás del mito. Jóvenes y no tan jóvenes de todo el mundo veneran, como si de un Jesucristo de izquierdas se tratase, a este argentino que, por lo demás, es para ellos un perfecto desconocido. Los que pasean altaneros su ateísmo militante han encontrado en el Che un sustituto idóneo para la carencia de un mesías. Pues, ¿qué otra cosa puede ser si no este héroe que entregó su vida, que murió por defender sus ideales? La izquierda revolucionaria continúa ensalzando como virtuosa la patológica creencia de que un hombre debe morir luchando por aquello en lo que cree. El problema de banalizar la vida propia es que, con frecuencia, también lleva asociada la trivializarción de la de los demás.
El Che Guevara nunca tuvo inconveniente en disponer de las vidas ajenas a golpe de fusil: todo por el “bien común”, por la causa revolucionaria. De este modo, bajo su mando se sistematizó el encarcelamiento y fusilamiento de disidentes y opositores castristas en “juicios revolucionarios” que él mismo presidía. De la misma manera, a él se atribuye la fundación de los campos de trabajo en los que se “reeducaba” a los acusados de violar la “ética revolucionaria”, muchos de cuales habían cometido por todo delito profesar la fe cristiana. No obstante, tampoco puede decirse que el Che ocultara este tipo de actuaciones, pues él mismo declaró lo siguiente en una intervención ante Naciones Unidas en 1964: “hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba”

En cualquier caso, más allá de juzgar la figura del Che como mito de la izquierda, o por sus tendencias belicistas, que pueden ser más o menos discutibles; transcurridos más de 40 años desde su muerte, puede hacerse un balance de la política defendida por Ernesto Guevara. Y la realidad incontestable es que Cuba es hoy día una férrea dictadura totalitaria. Algunos aseguran que la situación de la isla es una deformación del ideal comunista que el Che nunca hubiera aceptado. Otros, por el contrario, sostienen que el guerrillero siempre fue una persona de actitudes autoritarias y fundamentalistas, cuyo pensamiento maoísta fue muy influyente sobre el rumbo del régimen cubano. De hecho, tras la derrota de Batista surgió un primer gobierno que nada tenía de comunista, pero cuyos miembros más moderados fueron siendo desplazados poco a poco por el sector radical del que formaba para el Che Guevara, y que buscaba un acercamiento a la Unión Soviética.

Además, en los diferentes cargos que desempeñó como ministro de Industria y presidente del Banco Nacional, sus actuaciones fueron bastante discretas. Como medidas económicas, adoptó la nacionalización de empresas, la centralización del poder y promovió el “trabajo voluntario”, actividad que consideraba fundamental para la conformación del “hombre nuevo” al que debía aspirar la sociedad. Al frente del Ministerio fracasó en su intento de industrialización acelerada, lo que llevó a la debacle de la producción de azúcar, tan importante para Cuba. Además, como “revolucionario agrario” que se consideraba, no fue capaz de ganarse al campesinado, el cual fue en ocasiones objeto de sus procesos de “depuración”.

Naufragó su teoría del “foquismo” para alcanzar la internacionalización de la revolución y tampoco le fue bien en sus misiones por el Congo, donde tuvo que abandonar, y mucho menos en Bolivia, donde encontró la muerte.

Le imbuyó siempre un profundo sentimiento antiestadounidense, buscando un enfrentamiento imprudente del que en ningún modo podía salir beneficiada Cuba. De hecho, proclamaba “la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano”, que para él no era otro que “los Estados Unidos de Norteamérica”.

Así pues, puede decirse que el Che fracasó tanto como estratega revolucionario como en su faceta de funcionario. Y, a pesar de todo ello, su figura cuenta con millones de adeptos repartidos por todo el planeta décadas después de su muerte. El fenómeno es, sin duda, digno de la mayor atención y lleva a una pregunta ineludible: ¿Cuáles son las condiciones que han de coincidir para el nacimiento de un mito? ¿Qué elementos determinan quién quedará para la posteridad y quién será condenado al olvido? Tal vez fuera el azar el que contribuyera a construir la leyenda del Che Guevara, y aunque muchos autores han hecho después revisiones muy críticas de su biografía, lo cierto es que a día de hoy, el Che continúa siendo un sólido ídolo de masas que no tiene visos de venirse abajo. Permanece impertérrito, contemplando cómo otros compañeros revolucionarios no son capaces de lidiar con el paso del tiempo. Un ejemplo: Fidel Castro, que aunque sigue asegurando que la Historia le absolverá, bien sabe que no ha de albergar demasiada esperanza. Tal vez si hubiera muerto en 1967, el cuento sería diferente. Paradojas del destino: probablemente, después de todo, el Che deba su gloria al mismo que le cosió a balazos.
Aurora Nacarino-Brabo. Reportaje

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