El cine español esta viviendo sus mejores momentos. No sólo lo dicen lo expertos, sino que los datos lo confirman. Las películas se están haciendo hueco en las salas españolas y el sector internacional reconoce nuestros méritos.
Sin embargo, hay algo que falla. Nadie duda de la calidad de los actores, al contrario, todos reconocemos y admiramos enormemente a Blanca Portillo, Ana Duato o Fernando Guillen Cuervo, sin olvidarnos, evidentemente, de Penélope Cruz y Javier Bardem. Cierto, que la distribución del cine español deja mucho que desear y corre el rumor de que las ayudas se quedan por el camino y nunca llegan a su destino. Pero tampoco ese es el problema.
El argumento que más convence son los estereotipos que se muestran en la gran pantalla. Generalmente, las temáticas del cine español son sota, caballo y rey. La principal moraleja que se saca es: La gente joven se droga, bebe, se acuesta con el primero que encuentra y está en paro, o por otro lado, volvemos la vista atrás para martirizarnos con la peor época que ha vivido este país: la Guerra Civil.
Ir al cine, y pagar los siete euros que actualmente cuesta la entrada por una película española, supone una depresión y no una forma de evadirse y soñar con algo diferente. Efectivamente, el cine de Hollywood arrasa: comedias románticas, películas de suspense con las que no pestañeas, espectaculares efectos especiales, etc. Buscamos cosas que el cine español no nos suele ofrecer.
Gracias a Dios, tenemos a Amenabar y sus superproducciones y las comedias están mejorando sustancialmente o por lo menos consiguen lo que todos estábamos esperando: evadirnos de la realidad cotidiana. Aparecen “Fuera de Carta”, “Fuga de Cerebros” “Pagafantas” y la reciente “Que se mueran los feos” y casualidades de la vida, si, son taquillazos.
Los espectadores de a pie no somos críticos expertos, y nos da igual si actúan mejor o peor, si los aspectos técnicos no son los adecuados o si los diálogos no son de Shakespeare. Sólo queremos pasarlo bien, reírnos y no tener dilemas trascendentales al estilo Isabel Coixet.
Sin embargo, hay algo que falla. Nadie duda de la calidad de los actores, al contrario, todos reconocemos y admiramos enormemente a Blanca Portillo, Ana Duato o Fernando Guillen Cuervo, sin olvidarnos, evidentemente, de Penélope Cruz y Javier Bardem. Cierto, que la distribución del cine español deja mucho que desear y corre el rumor de que las ayudas se quedan por el camino y nunca llegan a su destino. Pero tampoco ese es el problema.
El argumento que más convence son los estereotipos que se muestran en la gran pantalla. Generalmente, las temáticas del cine español son sota, caballo y rey. La principal moraleja que se saca es: La gente joven se droga, bebe, se acuesta con el primero que encuentra y está en paro, o por otro lado, volvemos la vista atrás para martirizarnos con la peor época que ha vivido este país: la Guerra Civil.
Ir al cine, y pagar los siete euros que actualmente cuesta la entrada por una película española, supone una depresión y no una forma de evadirse y soñar con algo diferente. Efectivamente, el cine de Hollywood arrasa: comedias románticas, películas de suspense con las que no pestañeas, espectaculares efectos especiales, etc. Buscamos cosas que el cine español no nos suele ofrecer.
Gracias a Dios, tenemos a Amenabar y sus superproducciones y las comedias están mejorando sustancialmente o por lo menos consiguen lo que todos estábamos esperando: evadirnos de la realidad cotidiana. Aparecen “Fuera de Carta”, “Fuga de Cerebros” “Pagafantas” y la reciente “Que se mueran los feos” y casualidades de la vida, si, son taquillazos.
Los espectadores de a pie no somos críticos expertos, y nos da igual si actúan mejor o peor, si los aspectos técnicos no son los adecuados o si los diálogos no son de Shakespeare. Sólo queremos pasarlo bien, reírnos y no tener dilemas trascendentales al estilo Isabel Coixet.
Irene Gutierrez-EDITORIAL-
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